¿Qué hay en un nombre y en un precio?
El presente artículo fue escrito por Christian Betancourt, miembro de Estudiantes por la Libertad Honduras y miembro del Equipo de Bloggers de EsLibertad. Analista adjunto (adjunct fellow) en Fundación Eléutera.
[JULIETA: –¡Oh, Romeo, Romeo! ¿por qué eres tú, Romeo? Niega a tu padre y rehúsa tu nombre; o si no quieres, júrame tan sólo que me amas, y dejaré de ser una Capuleto.
ROMEO: (Aparte) ¿Continuaré oyéndola, o la hablo ahora?
JULIETA: –¡Sólo tu nombre es mi enemigo! ¡Porque tú eres tú mismo, seas o no Montesco! ¿Qué es Montesco? No es ni mano, ni pie, ni brazo, ni rostro, ni parte alguna que pertenezca a un hombre. ¡Oh, sea otro tu nombre! ¿Qué hay en un nombre? ¡Lo que llamamos rosa exhalaría el mismo grato perfume con cualquiera otra denominación! De igual modo, Romeo, aunque Romeo no se llamara, conservaría sin este título las raras perfecciones que atesora. ¡Romeo, rechaza tu nombre; y, a cambio de ese nombre, que no forma parte de ti, tómame a mí toda entera!
ROMEO:– te cojo tu palabra. Llámame sólo “amor mío”, y seré nuevamente bautizado. ¡De ahora mismo dejaré de ser Romeo!
JULIETA: -¿quién eres tú, que así, envuelto en la noche, sorprende de tal modo mis secretos?
ROMEO:-¡No sé cómo expresarte con un nombre quién soy! Mi nombre, santa adorada, me es odioso, por ser para ti un enemigo. De tenerla escrita, rasgaría esa palabra.]
Ser Montesco era un pesar para Romeo. Su mero apellido era una señal de que pertenecía a esta familia y el mero hecho de ser de esa familia, era una señal para Julieta de que aquellos de los que su enamorado formaba parte eran enemigos jurados de su propia familia, los Capuletos. Una enemistad a muerte entre ambas casas que más de una tragedia causó en la célebre obra “Romeo y Julieta” de William Shakespeare. Un amor prohibido entre ambos, un deseo que por sí solo pudiese retumbar amargamente en el mundo de sus familiares si llegasen a saberlo. Julieta llegó a saber esto sólo por su apellido, sin necesidad de conocer las interioridades y detalles del histórico desprecio entre ambas familias, el contexto latente que había existido desde antes que ella pudiese entenderlo. Toda esta información Julieta pudo conocerla sólo por una sencilla señal, un apellido.
El mismo rol juegan los precios en el mercado, como señales que sintetizan muchísima información mundial en un condensado símbolo de entendimiento entre individuos a lo largo y ancho de las naciones. Como bien decía Friedrich A. Hayek, “el precio libremente establecido es un mecanismo de cooperación internacional”.
Por poner un ejemplo, en la última década y media el precio internacional de la soya aumentó considerablemente, algo de lo que los productores campesinos de Argentina se dieron cuenta y aprovecharon a su favor produciendo el codiciado grano. Muchos de estos agricultores no pensaron que al producirla le hacían también un favor a quienes la consumían. No sabían que el aumento en la capacidad adquisitiva en China e India, entre otros países, además del movimiento hacia sectores productivos industriales en estos países causó el incremento del precio de la soya. No necesitaban saberlo, el precio libre del mercado se los había indicado. Toda esta información que permitió el beneficio mutuo la pudieron conocer los argentinos por una sencilla señal internacional, el precio, generando un valioso servicio a sus hermanos de Asia Oriental.
Semejantes situaciones internacionales se resumen en otras señales, como la baja del precio del petróleo relacionada con las políticas saudís y el desarrollo tecnológico del fracking de empresas estadounidenses; o el precio del arroz, en alza de producción en Honduras por su incremento de precio.
El precio, como el apellido de Romeo para los Capuletos, condensa una cantidad inmensa de información que no necesitan conocer todos para entender su significado y trascendencia. Todo queda resumido de forma accesible en una señal: el precio y el nombre.
El precio es un instrumento que comprime cantidades inmensas de información y además, como ha expuesto Ronald Coase, reduce considerablemente los costos de transacción. El campesino no debe andar investigando qué cuesta más o menos, qué le favorece más a él como productor y a los consumidores que lo reciben, esa sencilla señal libremente fijada se lo resume. Basta ver un número para entender los caminos.
Esa es una de las razones por las que la política de control de precios resulta negativa. Atrofia las señales confiables, el entendimiento internacional simplificado y la cooperación entre individuos alrededor del globo. De la misma manera en que ocultar un apellido dificultaría ubicar la ascendencia y origen de una persona. El control de precios desincentiva la producción, afectando siempre a las partes del intercambio, nublando el panorama para los emprendedores que generan bienestar generalizado y paralizando la cooperación internacional.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog de Estudiantes por la Libertad el 29 de Junio de 2015