Maternidad con Propósito

Avatar Redaccion | May 23, 2017 271 Views 0 Likes 0 Ratings

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Qué difíciles las decisiones de las madres modernas. Hay que escoger en qué escuela matricular a los hijos, en qué actividades extracurriculares se va a invertir el tiempo, ya sean las tardes, los fines de semana, o ambos; en qué cosas les vamos a consentir, y en qué cosas vamos a imponer restricciones, preocuparnos por sus amistades, su seguridad, su alimentación, si está aprendiendo suficiente, si lee pronto, si sabe contar a los 18 meses. En fin, son una multitud de decisiones que muchas veces nos dejan abrumadas.

Sin embargo, he observado, y con lo que he tratado de ser muy cuidadosa en la crianza de mis hijas, es en los valores que les enseño, cómo las trato. Resulta que por los primeros dos años de mi hija mayor, esto era muy fácil. Decir por favor y gracias, saludar y despedirse siempre, de todos, desde los abuelos hasta el guardia de seguridad en cualquier lugar que visitamos.

Una vez que ella empezó a tener sus propios criterios, sin embargo, me di cuenta que el asunto es mucho más complejo de lo que imaginaba. Resulta que las madres somos el espejo sobre el cual nuestros hijos se reflejan. La manera en que les hablamos, el respeto y el cariño que demostramos, son algunas de las cosas que ellos aprenden de nosotros sin que nos demos cuenta. Y de repente tenemos un dictadorcillo exigiendo chocolates, o poniendo condiciones a todo lo que le pedimos.
Nuestros niños son mucho más que sólo niños. Son personas completas y complejas, y aunque no siempre entendemos ni cómo se sienten ni por qué se sienten así, eso no hace que sus emociones sean menos reales o menos importantes.

Así que la próxima vez que ese dictadorcillo empiece a exigir un juguete nuevo a gritos, creo que debemos reflexionar. ¿Es ésta la actitud que yo le demuestro a mi angelito? ¿Lo he convertido yo en este monstruito con mi mal ejemplo, sin darme cuenta?  No es que estén siendo malcriados. Es que nos están emulando.

Desde que descubrí esto, empecé a trabajar en respetar a mis hijas como respetaría a cualquier adulto. He intentado darles el cariño que yo sé que necesitan, aun cuando ellas mismas no lo saben. Y ha funcionado. Ahora las rabietas se calman con abrazos y besos de mariposa. Porque cuando menos apetece darle amor a alguien, es cuando probablemente más lo necesite.  Mi lema se ha convertido en “No hay nada que el enojo pueda hacer, que el amor no lo haga mejor”.

Lo pienso cada vez que tengo que corregirlas, y cada vez que me sacan de mis cabales, y siento que me hierve la cólera por dentro. Me esfuerzo por mirarlas a los ojos, y decidir, en ese momento, qué es lo que quiero ver ahí reflejado, amor y comprensión, o ira. El amor y comprensión gana la mayoría de las veces. Y para las veces que no logro contenerme, he aprendido a pedir perdón, no por corregirlas, sino por la manera en que lo hice, si es que perdí el control. Ahora ellas mismas me dicen cuando andan de un mal humor que no pueden controlar, y trabajamos juntas calmarlas. Y he encontrado que eso ha hecho toda la diferencia.


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