Los de la Caravana

Avatar Elena Toledo | January 14, 2021 555 Views 2 Likes 5 On 1 Rating

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La población en general escucha muchas referencias generales al fenómeno migratorio, la mayoría usualmente tratan en masa la situación, lo que la despersonaliza, sin embargo, cuando nos damos el tiempo de salir de las que aunque necesarias, pero acartonadas estadísticas, y vamos hacia las personas, todo cambia.

“Yo no quiero esa vida”

El 30 de septiembre del 2020 partió una denominada “caravana” de migrantes formada por alrededor de 3,000 hondureños que pretendían cruzar la Frontera Norte de México y llegar a Estados Unidos, sin embargo, para la mayoría este recorrido duró menos de 7 días, ya que los “nuevos muros” lo impidieron, y me refiero a los que las fuerzas del orden de Guatemala y México han instalado de forma preventiva en sus respectivas fronteras y así impedir el avance de estos migrantes en movimiento.

El lunes 5 de octubre tuve la oportunidad de visitar la frontera entre Honduras y Guatemala, en donde se resguardaban cientos de migrantes hondureños que habían sido deportados por autoridades guatemaltecas durante el fin de semana previo, el último autobús de la Policía Nacional Civil del hermano país centroamericano había llegado a la 1:44 AM, y desde ese momento hasta las 8:00 AM que yo llegué se encontraban esperando que autoridades hondureñas llegaran a trasladarlos hacia San Pedro Sula, ciudad de origen de la caravana.

Esa mañana del 5 de octubre “los de la caravana” pasaron a tener rostros, nombres y apellidos para mi, escuchar la historia de María de Lourdes, que tiene mi misma edad, fue una descripción de miles de otros casos que atraviesan una situación parecida.

“Lavo ropa ajena, L.25.00 la docena (US$1.00), con eso me hago L.75.00 al día (US$3.00), con ese dinero tengo que pagar renta de cuarto, y comida, ¿Usted cree que es suficiente?, ¡No hay trabajo!”.

Es necesario destacar que María de Lourdes venía del sur del país, atravesando más de 300 kilómetros, para poder llegar a San Pedro Sula y ser parte de esta caravana, de la cual se enteró por redes sociales.

Pero María no iba sola, sino con su sobrino Tony, quien en realidad era el motivo del viaje ya que estaba siendo amenazado por las pandillas de ser reclutado para formar parte de estas estructuras criminales, y él no quería ya que estaba terminando sus estudios de educación media, que se pagaba con su propio trabajo.

“Ellos solo llegan a tocar la puerta y lo sacan a uno de donde vive, yo no quiero esa vida, trabajo y estudio, es más antes de venirme había dicho el Himno Nacional (requisito para poder optar al título de educación primaria y media en Honduras)”, al preguntarle que iba a pasar cuando él regresara a su pueblo, respondió “No sé, y eso es lo que me da miedo”.

Son muchas las historias de migrantes que al regresar a sus lugares de origen son asesinados por estas organizaciones, por eso el miedo que manifestó Tony.

María me aseguró que regresaría a “juntar más dinero” y volverían a intentar salir del país, ya que no ven futuro en la realidad en que se desenvuelven a diario.

En esa mañana que estuve con este grupo de migrantes, la frustración se convirtió relato y el “vamos a volvernos a ir” era la voz unánime.

Historias como la de Tony, María de Lourdes, y todos los que estaban agrupados a mi alrededor esa mañana contando sus experiencias, se repiten todos los días, y es que es un derecho inherente al ser humano la movilización en busca de un mejor futuro, sin embargo, el Estado de Honduras tiene una deuda pendiente con las decenas de miles de hondureños que retornan voluntaria o involuntariamente a diario al país.

Solo en lo que va del 2020 han sido deportados 31,321 hondureños, en el 2019 fueron 109,185. Cifras suficientes para evaluar que se está haciendo para que estos hondureños no sientan una necesidad inmediata de volverse a ir, y que puedan sentir que una vida económica es posible sin que la burocracia sea “un muro más” en su historial.

A falta de movilidad social, tenemos movilidad humana

Honduras en este 2020 se ubicó en el puesto 74, de 82 países evaluados en movilidad social, según Global Social Mobility Index del Foro Económico Mundial, y este mismo fenómeno se repite en el resto de países del Norte de Centroamérica, en donde una familia pobre necesita un promedio de más de nueve generaciones para que sus descendientes puedan experimentar una vida mejor que la de sus padres.

Sumado al alto grado de desesperanza que impera en la población. Estos dos factores juntos impulsan a los ciudadanos a sentir la urgencia de buscar un mejor destino para ellos y sus familias, de ahí es que nace esa decisión casi inquebrantable de intentar cuantas veces sea necesario, abandonar su país para establecerse en un mejor destino.

Reinserción: Una nueva vida es posible

En Fundación Eléutera promovemos la agilización de creación de empresas por medio de plataformas virtuales, lo que abarata los costos y reduce los tiempos. De estos procesos ya se han beneficiado personas migrantes que han sido deportados y actualmente siguen en Honduras trabajando y siendo prósperos.

Proponemos desde la agilización de la creación de negocios y empresas, hasta una ágil reinserción en el sistema educativo nacional por medio de evaluación de conocimientos y el aprovechamientos de las remesas sociales que estos hondureños importan a su país.

Pero esto no es suficiente, también se necesita proveer documentos de identificación a los que son deportados y vienen sin documentos ya que han sido víctimas de asaltos, o de las inclemencias de la misma movilización por climas o territorios extremos.

Así como incorporarlos al sistema laboral y educativo destacando los conocimientos adquiridos en Estados Unidos u otros países de donde fueron deportados. Estos conocimientos van desde académicos hasta de idiomas.

El poder crear programas masivos de capacitación en habilidades duras y blandas según sus capacidades adquiridas y talentos propios sería de mucho apoyo para estos ciudadanos, que en su mayoría son menores de 25 años, la edad más productiva y apropiada para el aprendizaje.

Los gobiernos de los países del Norte de Centroamérica deben dejar de ver a los migrantes como un aporte a su economía, ya que lo que la recepción de remesas significa para el Producto Interno Bruto (PIB) el 13,8% en el caso de Guatemala, 16% en El Salvador y el 20% para Honduras.

Es necesario que se voltee a ver y valorar el gran aporte socioeconómico que las personas migrantes podrían hacer a nuestros países, creando la estructura necesaria para que puedan generar su prosperidad cerca de sus familias y en sus países.

A nadie se le puede negar, por acción u omisión, el derecho de crear prosperidad en su propio país, es por eso que el fenómeno migratorio debería ser en si mismo un punto que haga cuestionar a nuestros gobiernos si su trabajo suma o resta a la vida de los individuos, y qué tanto está sirviendo como tropiezo, o como puente hacia una vida próspera de los ciudadanos.


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Written by Elena Toledo