La juramentación del emperador desnudo
Por Calvin Duke
Las elecciones han concluido, informa la prensa que ganó el Predator, y aun tendremos el Alien en el Congreso por un buen rato. ¡Animo!, es tiempo del siguiente acto de la democracia representativa: la juramentación del Presidente electo.
Este es un momento de gran teatralidad, recuerda a un triunfo de los antiguos romanos. Es conducido en un estadio, enriquecido por la presencia de una fauna de “personalidades destacadas”, allí para rendir homenaje al miembro-alfa de la manada: otros políticos menores, emprendedores corruptos, intelectuales lambiscones y una que otra starlet de la televisión. Además, habrá un montón de gente común, que sospecho se presenta solo para mirar las piernas de las palillonas, único atractivo real de una mañana aburrida. Y, naturalmente, los miembros-alfa de otros países, que por suerte de sus súbditos, se encuentran al menos ese día limitados en su capacidad de hacer daños a casa.
La razón directa de toda la payasada es obvia: como las catedrales de la edad media, sirve para apantallar los súbditos: seguramente un desperdicio tan exagerado de dinero implica que la ocasión es importante, el nuevo Presidente tiene que ser una gran persona. En la democracia obviamente todos somos iguales, nos lo dicen desde la primaria, pero este gran señor parece más igual que los demás. El objetivo final es evitar que la gente empiece a hacerse preguntas peligrosas, como: ¿Por qué este y sus compinches pueden decidir cuánto robar del fruto de mi trabajo a través de los impuestos? ¿En base a que impiden que me case con la persona que amo, aun sea de mí mismo sexo? ¿Cómo es que me pueden prohibir emborracharme un domingo de Semana Santa? Ahora que lo pienso, ¡estos pelados pueden hasta declarar guerra a otro país y mandarme como soldado a ser matado! En fin, ¿cuál es la justificación lógica y jurídica del poder inimaginable que tienen sobre mi vida??
Allí la manada sale rápidamente con la respuesta: ¡la Promesa de Ley! No conozco las palabras exactas de la promesa de Ley en nuestro país, de hecho la busqué en Google y ni allí aparece. Sin embargo, estoy seguro que tienen frases como “por voluntad del pueblo”, “al servicio de la leyes de la República”, “para la defensa de la Patria”, y seguramente algo como “así es como manda la Constitución”. ¡Eso es! ¡La Constitución! El contrato social que todos hemos firmado, ¡la base jurídica del poder del miembro-alfa y de sus amiguitos!
En el 1870 un anarquista individualista americano, Lysander Spooner, escribió un ensayo llamado “Sin Traición: La Constitución sin Autoridad”. Es una crítica demoledora de la validez jurídica de una de las Constituciones más famosas del mundo, la de los Estados Unidos. El padre del anarquismo de mercado, Murray Rothbard, definió el ensayo “el más grande caso para una filosofía política anarquista jamás escrito”. Aquí tienen el link al texto completo traducido al español: Sin Traición: La Constitución Sin Autoridad. Les aconsejo leerlo, les tomara’ un par de horas, pero espero que, como en mi caso, quedaran tan impresionados de la lógica y lucidez del texto, que no podrán escuchar otra vez un político hablar sin que les salga espontanea una sonrisa interior de desprecio.
Por el momento, les copio aquí una parte de la sección XI del ensayo, donde Spooner, después de haber analizado una por una las absurdidades del concepto de una Constitución que supuestamente obliga a millones de individuos, muchos de los cuales ni sospechan de su existencia, describe cual podría ser una Promesa de Ley honesta. Se refiere a la Promesa de Ley de un miembro del Congreso americano, y el ensayo fue escrito cuando el sufragio todavía no era universal, por ende algunas pequeñas partes no aplicarían estrictamente a la promesa de Ley de un presidente hondureño. Sin embargo, estoy seguro que pueden hacer los pequeños cambios para traducirla en la versión que Juan Orlando Hernández debería realmente declarar en algunos días en el Estadio Nacional Tiburcio Carias Andino de Tegucigalpa. Se diviertan.
El siguiente es un extracto del ensayo “Sin Traición: La Constitución sin Autoridad” publicado en 1867.
“Tengo evidencia satisfactoria para mí, de que existe, disperso en todo el país, una banda de hombres, que tienen un acuerdo tácito entre sí, y que se llaman a sí mismos “el pueblo de los Estados Unidos”, cuyos propósitos generales son controlarse y saquearse mutuamente, y a todas las demás personas en el país, y, en la medida en que puedan, incluso en países vecinos; y matar a todo hombre que ha de intentar defender su persona y propiedad contra sus sistemas de saqueo y dominio. Quiénes son estos hombres, individualmente, no tengo medios ciertos de saberlo, ya que no firman papeles, y no dan ninguna evidencia abierta y auténtica de su membresía individual.
Ellos no son individualmente conocidos siquiera entre sí. Aparentemente temen tanto darse a conocer entre sí, como temen darse a conocer a otras personas. Por lo tanto ellos ordinariamente no tienen forma de ejercer, o dar a conocer, su membresía individual, más que dando sus votos secretamente para que ciertos agentes ejecuten su voluntad. Pero a pesar de que estos hombres son individualmente desconocidos, entre sí y para otras personas, es generalmente entendido en el país que nadie más que varones, de veintiún años o más, pueden ser miembros. Es también generalmente entendido que a todos los varones, nacidos en el país, que tengan cierto aspecto, y (en algunas localidades) ciertas cantidades de propiedad, y (en ciertos casos) incluso personas nacidas en el extranjero, se les permite ser miembros. Pero sucede que usualmente no más de la mitad, dos tercios, o en algunos casos, tres cuartos, de todos aquellos a los que se les permite convertirse en miembros de la banda, alguna vez ejercen, o consecuentemente prueban, su membresía real, de la única forma en la que ordinariamente pueden ejercerla o probarla, a saber, dando sus votos secretamente para los oficiales o agentes de la banda. El número de estos votos secretos, en la medida en que tenemos alguna cuenta de ellos, varía enormemente de año en año, tendiendo así a probar que la banda, en lugar de ser una organización permanente, es un asunto meramente temporal entre aquellos que eligen actuar en él en ese momento. El número bruto de votos secretos, o lo que se supone que es su número bruto, en diferentes localidades, es a veces publicado. Si estos reportes son precisos o no, no tenemos medios de saber. Se supone generalmente que grandes fraudes se cometen al depositarlos.
Se entiende que son recibidos y contados por ciertos hombres, quienes son seleccionados para ese propósito por el mismo proceso secreto que se utiliza para elegir a todos los otros oficiales y agentes de la banda. De acuerdo con los reportes de estos receptores de votos (cuya precisión u honestidad, sin embargo, no puedo garantizar), y de acuerdo con mi mejor conocimiento del número de varones “en mi distrito”, a quienes (se supone) se les permitió votar, parecería que la mitad, dos tercios o tres cuartos realmente votaron. Quiénes fueron los hombres, individualmente, que votaron, no lo sé, ya que todo se hizo en secreto. Pero de los votos secretos así dados para lo que llaman un “miembro del Congreso”, los receptores reportaron que yo tuve una mayoría, o por lo menos un número mayor que cualquier otra persona. Y es sólo en virtud de tal designación que ahora estoy aquí para actuar en concertación con otras personas escogidas por procedimientos similares en otras partes del país. Es entendido entre aquellos que me enviaron aquí, que todas las personas así escogidas, al reunirse en la ciudad de Washington, harán un juramento en presencia de sus pares “de defender la Constitución de los Estados Unidos”. Es decir, un documento que se escribió hace ochenta años. Jamás fue firmado por nadie, y aparentemente no es vinculante, y jamás fue vinculante, como un contrato.
De hecho, pocas personas lo han leído alguna vez, y sin dudas la mayor parte de los que votaron por mí y por los otros, jamás ni lo vieron, ni pretenden ahora saber lo que significa. Sin embargo, a menudo se habla de él en el país como “la Constitución de los Estados Unidos”; y por alguna razón u otra, los hombres que me enviaron aquí, parecen esperar que yo, y todos los que actúan conmigo, juremos poner esta Constitución en vigencia. Por lo tanto, estoy listo para hacer este juramento, y para cooperar con todos los demás, elegidos de manera similar, quienes están listos para hacer el mismo juramento.”
Hacer click para ver la historia a la que el articulo hacer referencia: El nuevo traje del emperador.
Anonimo
January 28, 2014 at 12:51 pm
Difiero con el artículo en un punto particular. No es solo uno el emperador que se elige.
Solo hay que verlos por la ciudad acompañados de 3 o 4 vehículos y 2 motocicletas haciendo un despliegue de prepotencia y poniendo en riesgo a los demás. Nos hacen saber que para ellos no aplica el sentido de las calles, las filas en el semáforo y cualquier otra ley de tránsito. Ellos están por encima de la ley, un despliegue ruidoso y multicolor (por las sirenas y estorbos) de delirio Napoleónico.
Las sirenas y torretas están reservadas para cuando un servidor público asistencial (bomberos, policías y ambulancias) tiene que acudir a una situación de emergencia. Será emergencia que el presidente o el presidente del congreso o cualquiera de los otros emperadores desnudos lleguen a su casa en la noche?
Ni hablar de la actitud de los mandriles que los acompañan, que se comportan con la gente como si estuvieran cometiendo el delito grave de estar en la calle cuando su majestad quiere moverse de un lado a otro.
Es en los detalles que se demuestran los valores. Si en la más mínima situación como lo es su traslado hacen alarde de arrogancia, prepotencia y absoluto desdén de las leyes, será que la constitución sí la respetarán?
Rats
January 28, 2014 at 1:53 pm
Una recomendación. Debería de ser posible dejar un comentario anónimo sin ue pida correo electrónico obligatorio. Ustedes mismos usan pseudonimos supongo que por las mismas razones por las que el correo que les deje es falso.
En referencia al comentario anterior hay una cita de Rothbard que apoya el punto.
“Las “razones de estado” justifican acciones que serian consideradas un crimen si fueran realizadas por un ciudadano privado.”
J C
February 1, 2014 at 3:41 am
Rats gracias por la recomendación de hecho haremos caso a ella y quitaremos la necesidad de poner el correo.
Apreciamos también su citación de Rothbard, académico poco conocido en Honduras, por favor escribanos a info@eleutera.org en caso que le interesare trabajar o cooperar con nosotros en la diseminacion del trabajo de académicos de la Escuela Austriaca de Economía como ser Rothbard, Mises y Hayek entre otros, el Objetivismo de Rand, de Milton Friedman y la Escuela de Chicago y las ideas liberales en general.
Saludos esperamos su correo !
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