Es tiempo de abandonar el Estado-nación
Por Massimo Mazzone. Publicado originalmente el 1 de mayo de 2015 en la newsletter exclusiva para el Consejo Empresarial Asesor de la Fundación Internacional para la Libertad de Mario Vargas Llosa. El autor es miembro del CEA y la FIL.
Tuve el privilegio de participar, al final de Marzo, en las conferencias del Mont Pelerin Society y de la Fundación Internacional de la Libertad. Me pareció que un tema resalto’ más que otros en las intervenciones: la amenaza al Estado liberal representado por el crecimiento de teocracias (en Oriente Medio), del populismo de izquierda (por ejemplo en América Latina) y del Estado autoritario con tinte fascista (por ejemplo en Rusia).
En mi opinión estos fenómenos son solo aparentemente diferentes, mientras en realidad tienen la misma causa, una profunda insatisfacción con los estados liberales (y en pequeña parte con los estados autoritarios) y una búsqueda de soluciones alternativas. Dado que el estudio de la economía y de la acción humana, a pesar de las recomendaciones de Mises, no son comunes en la población en general, esta búsqueda se traduce frecuentemente en seguir las sirenas de soluciones que pareciendo fáciles, son en verdad contra producentes, y que, como se dice, llevan del sartén a las brasas. Además, estas soluciones son específicas a la tradición y a la hegemonía cultural de cada zona. Es por esto, yo creo, que en el Medio oriente han nacido fenómenos como Al-Qaeda y más recientemente Isis, en América Latina el populismo payaso y asesino de Chavez y en Rusia el autoritarismo fascista de Putin.
Cuando estás en un naufragio, te atas, si no eres sabio, al primer material que ves, y si esto es acero que se está hundiendo, los resultados son previsibles y definitivos.
Me parece entonces preciso preguntarnos porque’ el Estado liberal es percibido en crisis en muchas partes del mundo. A fin de cuenta, se basa en el libre mercado, y toneladas de estudios demuestran que este es el sistema económico que no solo incrementa más la riqueza total de una sociedad, sino también la distribuye más equitativamente entre sus miembros.
Citando otra vez a Mises, en capitalismo los más dotados, para aprovechar su superioridad, no tienen otra forma que servir los deseos de la mayoría de los menos dotados. Ford, Rockefeller o Carnegie han distribuido mucha más riqueza cuando hacían dinero que cuando lo regalaban. Es verdad, como Arturo Fontaine expuso, que la innovación que el capitalismo lleva consigo crea una minoría de perdedores, sin embargo este efecto es limitado y temporáneo. La revolución industrial creó a los luddistas, pero estos no impidieron su desarrollo.
La respuesta, en mi opinión, es que una de las premisas es falsa. Usualmente el estado no es liberal, ni el capitalismo de mercado es el mecanismo en verdad operante en la economía.
Nacidos teóricamente como repúblicas, la mayor parte de los estados se han rápidamente transformados en democracias, donde las minorías son desprotegidas: la vieja historia de dos lobos y una oveja que votan que hay por cena. En democracia, todos tipos de incentivos perversos abundan, los políticos necesitan votos y quieren dinero. De allá la redistribución inmoral y desincentivarte de la riqueza (mas comúnmente entregada la clase media que no a los pobres) y la venta del poder monopólico del Estado a intereses privados, que transforma el capitalismo de mercado en crony capitalism (capitalismo de compinches o de Estado), un sistema económico tan distante como lo es el socialismo. La competencia de mercado muere en un mar de impuestos, regulaciones, monopolios legales y subsidios; llevándose consigo la creación de riqueza, mientras plutócratas y votantes organizados como los sindicatos se acaparan gran parte de la riqueza existente, aumentando las diferencias de ingreso y riqueza entre los miembros de la sociedad.
A quien le preguntaba cual forma de gobierno habían escogido en la Convención Constitucional, Franklin memorablemente contestó “Una República, si ustedes podrán conservarla”. Esto en 1787, solo 13 años después el Congreso pasó el Sedition Act que limitaba fuertemente la libertad de expresión. Y de allí cuesta abajo, desde la guerra civil a innumerables otras guerras inútiles pagadas con los impuestos y en muchos casos la sangre conscripta de los ciudadanos, desde la estatalización de la escuela en la Reconstrucción al New Deal, la Great Society y ahora Obamacare, de la creación de la FED al desligamiento entre dólar y oro y a los Quantitative Easings, sin olvidarnos los varios prohibicionismos y la actual vergonzosa guerra a las drogas. Yo creo que cualquier persona sin prejuicios que compare la Constitución americana con la situación actual de EEUU debería concordar que el sistema de checks and balances (pesos y contrapesos) simplemente nunca funcionó. Y si no funciona en la cuna de libertad individual, ¿qué esperanzas hay en América Latina, con sus caciques y caudillos, o en Rusia, con su nacionalismo y tradición absolutista, o en los estados islámicos, con una religión que muchas veces todavía predica una sumisión de la sociedad a sus representantes?
Cuando un caballo pierde 200 veces enseguida, no sirve de mucho seguir drogándolo, es tiempo de cortar las perdidas y buscar pastos nuevos. ¿Qué hacer entonces? No quiero aquí proponer el anarquismo de mercado, poco útil seria ser inmediatamente descalificado como un peligroso utopista, como escuché en Lima. Me sentiría sin embargo cobarde si no invitaría almenos a observar que desde los inicios en los años 60s, un gran cuerpo de estudios ha desarrollado las ideas básicas de Rothbard, ocupándose no solo de consideraciones éticas, sino que también de análisis históricos y sobretodo propuestas concretas. Creo francamente que sería tiempo de darle una oportunidad, por ejemplo en un espacio físico no actualmente habitado y naturalmente con puro capital privado.
Sin embargo, propongo aquí otra solución, basada en el único algoritmo que, en la naturaleza y en la sociedad, nunca falla: la competencia. Mi tesis es que los estados actuales no solo son iliberales (democracias asfixiantes, en lugar que repúblicas, o estados autocráticos), también son un cartel. Solo individuos realmente ricos tiene el privilegio de escoger donde vivir, la grandísima mayoría está atada a donde nació, en una especie de moderna esclavitud de la gleba. Que los estados sean un cartel, no es obvio: no conozco ningún cartel que funcione con más de 7-8 miembros, como es posible que exista un cartel de alrededor de 200 entidades separadas?
La respuesta está en la naturaleza peculiar del estado: es el único monopolio cuyos incentivos no incluyen tener a más clientes. A la base de este curioso fenómeno está la parte democrática del estado, que hace imposible para el político promover la inmigración. La resistencia de los votantes es solo en parte debida a la propaganda nacionalista y xenófoba del estado mismo, en realidad es sobretodo ligada a la escasez de algunos recursos críticos: en el siglo XIX la escasez de la tierra, en el siglo siguiente y actualmente es la presencia del welfare state (estado de bienestar). De hecho, miren los efectos de cuando el estado no tiene esta escasez y se puede permitir romper el cartel. Por ejemplo los EEUU en el siglo XIX o Hong-Kong después de la segunda guerra mundial.
¿Cómo hacer para romper el cartel? Se puede hacer de forma “cualitativa”, o sea que algunos estados se liberen del welfare state, empiecen a atraer los hombres y mujeres más dotados y emprendedores y den seriamente inicio a lo que los estadistas llaman “race to the bottom” y que es realmente una “race to liberty” (carrera a la libertad). O se puede hacer cuantitativamente, aumentando radicalmente el número de estados. Al parecer un cartel de 200 estados puede todavía ser mantenido, pero dudo mucho uno de 10.000. Y creo que hay almeno tres factores que nos deberían dar esperanza.
En primer lugar nos va a ayudar la tecnología. Es verdad que la misma tecnología puede ser la arma más poderosa para los estados, basta mirar lo que hace la NSA. Sin embargo, el internet y los smart-phones, por ejemplo, permiten una diseminación de las ideas dramáticamente superior que hace solo 30 años. No puedo imaginar como Students for Liberty pudiera haberse desarrollado en tantos países y tan rápidamente sin el Internet. Otro ejemplo puede ser Bitcoin, potencialmente una amenaza existencial al estado-nación, si logra imponerse y quitarle el monopolio del dinero. ¿Quien sabe que otras cosas fantásticas van a salir en el futuro muy próximo?
En segundo lugar mencionaría la tendencia a la secesión. En los últimos 30 años se han creado más de 30 nuevos países, que yo sepa un record histórico desde Westphalia. Es importante notar que empiezan a verse secesiones por motivos económicos, no solo étnicos, por ejemplo, personalmente creo que las tendencias secesionistas en Cataluña, Países Bajos y más claramente en Italia son de carácter fundamentalmente económico. Y las secesiones por razones económicas son las más nobles, como demuestra la más grande de todas, la Revolución Americana. La importancia que empiecen secesiones económicas se basa naturalmente en que implica multiplicar de un orden de magnitud el número de estados potenciales.
En tercer lugar está la explosión de las zonas libres. Hay zonas libres actualmente que tienen un GDP más grandes que pequeños estados. Empiezan a tener un poder político significativo adentro de algunos países. Es posible pensar que en los próximos años dueños privados o asociaciones de tenants de estas zonas libres empiecen a comprar privilegios políticos a cambio de grande sumas únicas de dinero entregado a las cajas de estados prostrados por el welfare state y la corrupción. De hecho, algo similar ya paso’ en la historia humana: muchas de las grandes republicas medievales, Venecia, Genova, Hamburgo y Amsterdam por ejemplo, nacieron cuando mercantes de estas ciudades empezaron a comprar al parasita estatista local, sea un obispo o un príncipe, privilegios inicialmente económicos y después políticos a cambio de dinero por financiar una que otra guerra con un vecino o una vida disoluta.
¿Cual sería entonces la visión final? Un mundo de miles y miles de ciudades-estados, de todas las formas posibles, enfocadas en individuos con diferentes funciones de utilidad. Habría estados liberales, libertarios, social democráticos, fascistas, comunistas, hasta teocracias, estados racistas o zonas anarco-capitalistas, quien sabe. Lo importante es que haya libre circulación de personas, bienes y capitales, y esto sería garantizado por la competencia. Temas de seguridad nacional serian resueltos con ligas de defensas, el instrumento más común en periodos históricos dominados por ciudades-estados. Una consideración final sobre cual se volvería, en mi opinión, la forma más exitosa de ciudad-estado: la llamaría una monarquía societaria, o sea una compañía por acciones, probablemente cotizada en bolsas públicas, propietaria del territorio de la ciudad-estado.
Hay competencias especificas para manejar lo que algunos sociólogos, economistas y ingenieros llaman “las raíces de la comunidad”, o sea los servicios de seguridad, energía, agua y otras utilities (no puedo aquí olvidarme de mencionar y agradecer a Spencer MacCallum, cuyas ideas están a la base de este articulo). Es probable que compañías especializadas puedan proveer estos servicios a costos más competitivos, y puedan entonces hacer un precio mejor (a paridad de cantidad de servicios proveídos) y atraer los clientes-ciudadanos más desiderables. Y esta sería la victoria final del libre mercado: un mundo donde las diferencias no serian resueltas con medios políticos, sea la violencia física o la del voto, sino con medios estrictamente de mercado: la opción de salida entre territorios, y el derecho comercial al interno de cada territorio.
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