El asistente: la diferencia entre la lástima y la dignidad
Hace unos días visité una heladería en un centro comercial de la ciudad, era fin de semana así que andaba con tiempo de sentarme a disfrutar de un postre. Al llegar al mostrador, me llamó la atención de que la persona que atendía estaba junto a un niño de unos siete años, mismo que supuse inmediatamente era su hijo por el especial afecto que se notaba entre ellos.
Antes de pedir mi helado, le dije a la joven mujer: “¡Trajo asistente hoy!” a lo cual ella sonriendo me dijo: “¡Sí!”, el niño con mirada de sorpresa e ilusión sonrió mirando a su mamá y le preguntó: “¿soy tu asistente?” y ella le respondió con un determinante sí.
Luego hice mi pedido pero al momento de recibir el cambio fue el niño quien me lo dió. Me senté y al acabar el helado pedí una servilleta más, y fue el niño quien se levantó ya muy orgulloso de su rol recién descubierto, y me brindó lo que solicité. Me fui pensando en aquel pequeño asistente, a quien notablemente le hacía ilusión saberse parte de algo en lo que era productivo y que ayudaba a su mamá que seguramente pasa muchas horas trabajando para poderle proveer de lo necesario.
Ese corto intercambio de palabras fue suficiente para demostrarme a mi misma el poder que tiene el tratar a las personas con dignidad, lo importante que es ir por sobre las circunstancias y hacer valer al individuo más allá de su historia, sin juicios y con actitud “echada para adelante”.
Sin embargo, vivimos en una sociedad que en diferentes campos que van desde lo laboral hasta lo puramente social, se goza en tratar a las personas con lástima, con una carga de juicios morales que no hacen más que achicar a quien se señala y le hace incapaz de reconocer sus habilidades y menos de sentirse capaz de agregar productividad a su entorno.
Muy diferente habría sido la reacción de aquel pequeño si en lugar de demostrarle la dignidad que tiene como colaborador ocasional de su mamá, le hubiera dicho que porque estaba ahí y no descansando en casa como la mayoría de los niños, o le hubiera castrado sus capacidades al decirle que él no tiene edad para estar en un lugar de trabajo, lo cual si bien es cierto, hay que recordar que nada nos hacía más ilusión de niños que poder ser “ayudantes” de papá, mamá o los abuelos en sus oficios, eso nos hacía sentir útiles aunque en ese momento no pudieramos saber que ese era el sentimiento que nos causaba tanta alegría e ilusión.
El trato digno nos hace sentir útiles, fuertes, pertenecientes, nos hace descubrir capacidades que no sabíamos que teníamos, mientras que el reconocernos inspiradores de lástima autimáticamente nos hundimos en un espiral que poco a poco nos va achicando nuestras capacidades emocionales, sociales y profesionales.
Written by Elena Toledo